miércoles, 21 de octubre de 2015


¿Qué es el Yoga Integral?

A pesar de buena parte de las tendencias actuales de reducirlo a una disciplina de trabajo “meramente corporal” (llegando a extremos de distorsión tales como la competición o un burdo culto al cuerpo), el Yoga es, desde sus orígenes, una tradición holística, global, integral. Sólo si exploramos este hecho con el máximo cuidado podremos acceder, con la profundidad que se merece, a la verdadera potencia transformadora del Yoga (intrínsecamente Integral), tal y como fue planteada esta disciplina en sus orígenes y desarrollada desde entonces hasta la actualidad, así como a las inspiradoras perspectivas de futuro que se abren para nosotras al hilo de sus planteamientos.


Fruto de un cierto “reduccionismo fisicalista” propio de la modernidad de nuestras culturas “occidentales” (y su impronta en oriente), el Yoga se encuentra en un momento muy peculiar de su historia. Si bien, en la actualidad, la palabra “Yoga” es sobradamente conocida por más personas que nunca, para la inmensa mayoría se asocia exclusivamente con la práctica de “āsana” (postura), evocando la imagen (alentada por la publicidad) de un cuerpo esbelto con ropa deportiva realizando posturas bellas y (a menudo) complejas. Si bien la ejecución de āsana es en extremo relevante y, de hecho, especialmente necesaria en nuestras sociedades, basta con echar un pequeño vistazo a toda la vastedad de la tradición para comprender que el Yoga no sólo no se reduce a la práctica de āsana sino que, como práctica en sí, tan sólo constituye una parte de lo que podríamos llamar El Yoga Integral y sus Sendas. Entonces…

¿Qué es realmente el Yoga?, y ¿por qué es, necesariamente, “Integral”?

El vocablo sánscrito yoga proviene de la raíz verbal “yug”, que podríamos traducir como “unir”, y que, por derivación histórica desde las lenguas indoeuropeas, produce en castellano el sustantivo afín “yugo” (apero tradicional de madera que une a los animales para trabajar la tierra). En suma, podríamos decir que Yoga significa unión.

Pero, ¿qué es lo que se une en esta unión?, ¿qué es lo que se encuentra dividido y requiere unirse? La tradición yóguica expresada en los Yoga Sutras de Patañjali propone un posible modelo, de una sencillez y claridad extraordinarios, para responder a esta pregunta.  El punto de partida es un hecho basado en la experiencia empírica y verificable: el ser humano sufre, se encuentra expuesto a una profunda aflicción estructural que, como muestra Patañjali en sus sutras, está basada en cinco causas fundamentales (kleśa):

1)      La ignorancia (avidyā) de nuestra verdadera naturaleza (no-dual).
2)   El sentido del yo (asmitā) como individuo aislado, que se deriva de esa ignorancia primordial, de forma que, en el proceso de esa identificación, se genera un “personaje” cuya identidad conduce a los siguientes kleśa:
3)      Los apegos (rāga), lo que “nos gusta” (aquello ante cuya ausencia, recurrente en un mundo en perpetuo movimiento, sentimos dolor).
4)  Las aversiones (dvesha), lo que “no nos gusta” (aquello ante cuya presencia, recurrente en un mundo en perpetuo movimiento, sentimos dolor).
5)  El apego a la vida o terror a la muerte (abhini-vesha) al que nos exponemos los humanos por ignorar nuestra propia naturaleza y confundir el “Ser” con el “yo”, incurriendo así en la ilusión de un individuo aislado, sujeto a la corrupción del tiempo (por tanto, identificando erróneamente lo eterno con lo perecedero)

Los sutras explican entonces cómo, dado que en última instancia todos los kleśa se derivan de esa ignorancia primordial, el objetivo del yoga consiste, justamente, en hacernos pasar (a través de la práctica constante y el desapego) de avidyā a vidyā. La unión a la que alude el yoga supone, por tanto, una (re)conexión con nuestra verdadera naturaleza, equilibrando el desequilibrio, integrando lo desintegrado, uniendo lo dividido a través del acceso a la consciencia de la inefable no-dualidad fundamental del ser. La plena experiencia continuada de esta forma de consciencia suprime de raíz las causas del sufrimiento humano y, por tanto, sume al yogui o yoguini en un estado de supraconsciencia (samādhi), de bienaventuranza (ānanda), de liberación (moksha).

Entonces, ¿por qué el Yoga es, de forma inherente, integral? Podemos definir “integral” como algo que “comprende todos los aspectos o todas las partes necesarios para estar completo”. Entonces, como sugiere la tradición yóguica, dado que la semilla para la liberación se encuentra potencialmente en todos los seres, en todos los ámbitos de la existencia, cualquier circunstancia puede constituir, desde la actitud adecuada, una senda para la expansión de la consciencia, una rama del gran árbol del Yoga, un camino de libertad. El Yoga es pues, inherentemente, Yoga Integral, entendiendo que cuanto mayor sea el número de frentes desde los que tratamos de acceder a esa unidad, cuantos más espacios de nuestra vida sean enfocados desde la atención y en pos del autoconocimiento (hacia vidyā), cuanto más global, profunda y completa (integral) sea nuestra práctica, más nos acercaremos a comprender quiénes somos en realidad.

Múltiples son las fórmulas inspiradoras a través de las cuales se ha tratado de definir esta tradición atestiguando su condición integral. Así, se dice que: Yoga es “un sistema para obtener salud y armonía total”, “un conjunto de técnicas y actitudes de purificación y perfeccionamiento del ser humano a nivel físico, mental, emocional, ético, etc.” o, también, “vía para reintegrar la consciencia individual en la consciencia cósmica a través de la realización de la armonía entre la cabeza, el corazón y las manos”.

Este es el sentido de practicar, conjuntamente y con la máxima precisión, todas las vías propuestas por las Sendas del Yoga: el aquietamiento de las fluctuaciones mentales a través de un proceso progresivo de concentración profunda (raja yoga), el equilibrio del cuerpo y las energías sutiles (hatha yoga, cuyo soporte y procedimientos coinciden con lo que llamamos también kundalini yoga o tantra yoga), el desarrollo del discernimiento como vía de acceso a un conocimiento sapiencial tan elevado que permite trascenderlo todo (jñana yoga), la reconversión alquímica de todas las emociones en amor incondicional, devoción (bhakti yoga), la acción plenamente consciente, confiada y desapegada de sus frutos (karma yoga)… En efecto, si entendemos que el ser humano es un continuo mente-cuerpo, al que le suceden tres cosas fundamentales (conoce, siente y actúa), entonces comprendemos de forma preclara de qué modo estas cinco sendas del yoga cubren todos los aspectos básicos de la realidad humana: el raja yoga trabaja con la mente, el hatha yoga con el cuerpo y sus energías, el jñana yoga con el conocimiento (con la comprensión), el bhakti yoga con los sentimientos (con el amor) y el karma yoga con la acción.

Aleister Crowley, un prominente místico inglés de finales del siglo XIX y principios del XX que trabajó intensamente en la introducción de los aspectos más inspiradores de la tradición del yoga y el tantra en occidente, se refiere a esta cuestión con una brillante cita que bien puede servirnos de broche para concluir:

“Nos corresponde (…), si deseamos alcanzar el yoga universal y final con el absoluto, domeñar cada elemento de nuestro ser, ponerlo a salvo de cualquier guerra interna o externa, intensificar todas nuestras facultades al máximo, entrenarnos en la sabiduría y la fuerza sin escatimar esfuerzos, de suerte que cuando llegue el momento oportuno nos hallemos en perfectas condiciones para arrojarnos al horno del éxtasis cuyas llamas ascienden desde el abismo de la aniquilación.”

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