“yogaschittavrttinirodhah”
[Yoga es el aquietamiento de las
fluctuaciones mentales]
PATAÑJALI, Yoga Sutras (I.2)
¿Has
intentado alguna vez “callarte”, parar totalmente
tus pensamientos? Si es así, lo sabrás bien: La mente se manifiesta como un torbellino de movimiento incontrolable.
El intento de acallarla parece requerir, invariablemente, un esfuerzo titánico,
acaso imposible. Equiparable a una densa nube de humo que no nos permite ver el
cielo, o a la suciedad en el agua de un lago que nos esconde su fondo, este
constante ruido mental es la causa por la cual los seres humanos, al quedar
absorbidos en las fluctuaciones mentales, nos volvemos incapaces de ver más
allá de las mismas, y por lo tanto de conocer nuestra verdadera naturaleza.
Así,
la ignorancia a la que se refiere Patañjali al exponer las cinco causas del
sufrimiento humano o kleśas (ignorancia,
sentido egoico, apego, aversión y miedo a la muerte) alude justamente a este
hecho: somos infelices porque ignoramos nuestra verdadera naturaleza, y somos
ignorantes porque nuestra mente está sumida en un movimiento constante e
incontrolado. El término sánscrito a-vidya
(ignorancia) se compone del vocablo vidya
(sabiduría) y el prefijo a- , que
denota la negación del concepto al que precede; por lo tanto, avidya significa no-sabiduría,
ignorancia. En efecto, la causa del obscurecimiento de la sabiduría en
ignorancia son, justamente, nuestras fluctuaciones mentales. Dado que la mente humana
se haya constantemente enredada en estas fluctuaciones (vrttis), nos volvemos incapaces de comprender nuestra verdadera
naturaleza, generando así una cadena de comprensiones confusas del mundo y la
vida que nos sumen en el dolor, la infelicidad, la ansiedad y el miedo. Por
eso, justo por eso, la definición del yoga
propuesta por Patañjali es,
sencillamente, “el aquietamiento de las fluctuaciones mentales”. Al aquietar (nirodha: cese, control, silencio) el
torbellino mental, podemos comprender y habitar en nuestra verdadera
naturaleza. Al despejar el humo podemos ver el cielo. Al limpiar el agua
podemos ver el fondo del lago. Al limpiar la a- de avidya (ignorancia)
podemos ver lo que somos en realidad, podemos acceder a vidya (sabiduría), y por lo tanto alcanzar el estado de yoga: la unión, la integración.
Practicamos yoga para
callarnos… y comprender.
El
término Raja Yoga o “Yoga Real” es, por un lado, un retrónimo acuñado en el
siglo XIX por Svami Vivekananda para aludir a la filosofía del Yoga condensada
en los Yoga Sutras de Patañjali entre
los siglos II y III d.n.e. y, por otro lado, alude a la cima de todo el yoga, el estadio último a alcanzar tras
el trabajo inicial de purificación en otras sendas. Por ejemplo, Yogui
Svatmarama sostenía ya en el Hatha Yoga
Pradipika (siglo XV) que la práctica del Hatha Yoga conduce al Raja Yoga
concebido como la cúspide, la unión plena con el absoluto.
ṛṣi patañjali
En
efecto, todo el yoga persigue el cese de las fluctuaciones mentales, por lo que
cada senda del Yoga culmina aquietándose finalmente en el estatismo, en el Raja Yoga, en la experiencia de “consciencia
expandida” con que se caracteriza, en general, la práctica yóguica. En suma,
podemos afirmar por tanto que el Raja
Yoga es en sí una senda y, al mismo tiempo, un estado en el que
desembocamos a través de todas las demás en último término: el Yoga por excelencia. Así, el texto
referencial clásico acerca del raja yoga,
los yoga sutras de Patañjali,
contiene en sí mismo la expresión más reconocida (por su concisión, claridad y
completud) del yoga clásico en general.
Ahora bien, ¿cómo hacemos para callarnos?
Como
veníamos diciendo, cada senda del yoga propone un modelo a este respecto. En
todos los casos, se trata de partir de un foco de atención específico, un
soporte para, a través de su desarrollo, transformar la dispersión mental en concentración y, en última instancia,
alcanzar el estado de yoga. El hatha yoga se concentra en el cuerpo y
sus energías sutiles como soporte, el jñana
yoga en la indagación metafísica trascendental, el bhakti yoga en el amor,
el karma yoga en la acción… El raja yoga, directo,
austero y minimalista, trabaja de forma directa con la mente, dirige la
consciencia hacia la propia consciencia, se concentra en la concentración misma
depurando así su capacidad de concentración hasta lograr ese estado de expansión
o “supraconsciencia” al que llamamos samādhi.
El
samādhi, la Liberación Total consistente en el pleno “aquietamiento
de las fluctuaciones mentales” al que Patañjali llamó yoga, se alcanza, según se enseña en los sutras, a través de un proceso que consta de ocho miembros (aṣṭa-aṅga yoga) en los cuales la
atención va sutilizándose de forma progresiva. Esta es la exposición más clara,
directa y sencilla del método preconizado por el raja yoga:
- En primer y segundo
lugar, el yogui o la yoguini ha de prepararse para la práctica del yoga despejando dispersiones y toda
clase de actitudes y patrones reactivos de su vida personal y social a
través de una ética yóguica (no una moral) que se articula como una serie
de exhortaciones conductuales para disminuir
la perturbación mental, obteniendo pureza y “control” en lo social: yamas
(no-violencia, verdad, honestidad, control de la energía sexual y no-atesoramiento) y
en lo personal: niyamas (limpieza, contento,
austeridad, autoestudio y aceptación o rendición a la voluntad cósmica).
- En tercer lugar, ha
de ser capaz de posicionarse en absoluta quietud durante largos periodos
en una postura “firme y cómoda”: āsana.
- En cuarto lugar, ha
de armonizar y concentrar el flujo de la energía vital (prāna) en su cuerpo a través del prānayāma (control del prāna), muy especialmente a través de kumbhaka (retención respiratoria).
- En quinto lugar, ha
de devenir capaz de aislarse de la información externa de los sentidos,
accediendo a un estado de interiorización llamado pratyāhāra.
- Finalmente, ha de penetrar
en un continuo indisociable denominado samyama,
que constituye justamente esa cumbre o culminación a la que conducen todas
las sendas del yoga, y que está compuesto por los tres últimos miembros
del sistema aṣṭāṅga: concentración (dhāranā),
meditación (dhyāna) y absorción
meditativa (samādhi). Así, el yogui o la
yoguini, en sexto lugar, ha de unificar la energía mental fijando la atención
en un sólo soporte, quedando así en un estado de concentración o dhāranā.
En séptimo lugar, si se logra mantener con éxito el estado de
concentración, es posible que dicho estado se torne en dhyāna:
meditación (fusión, en el presente puro, del sujeto y el objeto de
observación: la consciencia siendo consciente de sí misma). En octavo
lugar, si el yogui o la yoguini permanece en el estado de dhyana, puede surgir, finalmente,
la experiencia cumbre de liberación, el estado inefable de
supraconsciencia, experiencia inefable que llamamos samādhi,
Iluminación.
Es
decir, que si queremos aquietar la mente, es necesario trabajar duro… pero ya sabemos (ya intuimos) que nada es más duro
que sufrir sus permanentes fluctuaciones y, sobre todo, que no existe una
felicidad más intensa que la del reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza,
de la espaciosidad, el desbordamiento, el éxtasis, la unión, la realización del no-dos.
Por eso, más y más, no podemos no ponernos a ello con todas nuestras
fuerzas.
The (w)hole.
A
la sombra de las sociedades y su historia “oficial” de estados, reyes y
guerras, desde hace incontables años, en innumerables lugares, millones de
personas dedican anónimamente su vida a esta noble tarea. No estamos solas en
el intento de “callarnos”.
Ánimo.